Estoy JARTA, cansada y simplemente enfogona' (por no decir otras palabras) de tener que aguantarle los acosos a los hombres en las calles de Santo Domingo.
Yo tengo que pasar por una obra de construcción cada día para llegar al salón y de verdad que me doy cuenta que ya no quiero seguir aguantando las estupideces que me dicen esos hombres. La gente dice "ignóralos" y "no le hagas caso, que eso es normal" pero es que NO. Ellos no tienen porque gritarme tanta vainas cada vez que camino en frente de ellos; ni a mí, ni a mis chicas. Yo no tengo que acostumbrarme a su acoso.
Hace unos días, uno de ellos me gritó "mamasota" y no aguanté más. Me devolví y le dije que no me gustaba que me dijeran cosas cuando pasaba, que ni yo, ni a mis estilistas, ni mis clientes queríamos que no sigan gritando cosas. Le dije que se imaginen que yo fuera su hija, su madre o su esposa y que otras personas le estén gritando cosas a ellas. Le dije que eso se llama acoso callejero y que es irrespetuoso.
Estoy convencida de que la situación en nuestro país acerca de los feminicidios en parte sigue porque no le ponemos alto a algo tan "sencillo" como estos acosos en las calles. El hombre en sociedades como la nuestra siente que tiene un derecho y poder sobre la mujer y por ende le dice y hace lo que le da la gana. El peligro está en dejar pasar por alto esas microagreciones.
Su respuesta fue: "En República Dominicana eso no es acoso y yo tengo el derecho a enamorarte y tú lo coges o lo dejas." Me gritó un montón de otras cosas y les juro que me iba a dar una cosa. Me alzaba la voz de manera violenta.
Entiendo el porqué las mujeres no nos enfrentamos ante estas cosas por que realmente da miedo. Esos hombres parecían como que me querían volar encima y quien sabe todo lo que esté pasando por su mente ahora. Esta situación también evidenció cosas que ya sabíamos. Los hombres piensan que este comportamiento es permisible, que NO ES ACOSO, que nosotras tenemos que aguantar que nos griten cosas. Llegué al salón en lágrimas del pique y de la impotencia.
Después hablé con las personas encargadas, dos mujeres colombianas, por cierto; quienes reunieron a todos los hombres de construcción para decirles que no pueden seguir voceando cosas. No sé si esto funcionará y dejarán de hacerlo, pero por lo menos hice el primer intento.
Si conocen de algún estudio de caso donde se haya podido trabajar esto en otro país por favor compártanlo.
¿Qué hacen ustedes ante esta situación?
Abrazos,
Carolina